jueves, 13 de mayo de 2010

La República que proponemos (V)

Continuando con la serie de artículos en los que queremos explicar nuestro modelo de república, llegamos al cuarto eje sobre el que se debe asentar una futura Constitución de la III República: es la LAICIDAD.

Su antecedente, lo encontramos en el artículo 3º de la Constitución de 1931, según el cual, “el Estado no tiene religión oficial”. Este estatus cívico definido por la separación entre Iglesia y Estado, es junto con la ética, el pilar en el que se apoya la laicidad.

La Constitución de la III República, parte de la existencia de dos universos distintos: el del interés general y el de las convicciones personales. El interés general, es el “reino” de la política, donde nunca debe existir ni dios ni amo. Esta esfera, establece la interrelación que existe entre el individuo y el medio social en que desarrolla su existencia. Por eso, para que una sociedad logre construirse democráticamente, el lugar de la Soberanía Popular no debe ser usurpado por poderes económicos ni divinos que sustraigan al pueblo sus legítimas aspiraciones de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

La otra cara de la moneda, es la esfera de las convicciones personales, en la cual el Estado debe asegurar la libertad de conciencia. La fe de unos no puede ser impuesta al resto de los ciudadanos. De este modo, la laicidad conduce a la justicia social por el camino de la democracia participativa y acompañada por la paz y el respeto a los Derechos Humanos.

Esta justicia social, trae consigo la Igualdad en derechos, deberes y oportunidades, por lo que deberán desaparecer inexorablemente los privilegios históricamente adquiridos por la Iglesia y otras élites minoritarias.

En el ámbito de la educación, para lograr la separación entre Iglesia y Estado y una verdadera libertad de conciencia, la religión dejará de impartirse en las escuelas. La instrucción laica, la escuela laica y el derecho a la formación y al aprendizaje de la crítica, son condiciones sine qua non para que el laicismo sea un aporte efectivo de cara a la consecución de la Igualdad.

La Constitución de la III República, derogará tajantemente el Concordato suscrito por el Estado con la Iglesia católica y el resto de acuerdos celebrados con otras confesiones minoritarias.

De este modo, la laicidad no excluye, integra y fomenta la coexistencia y relación permanente de cultura diversas, así como rechaza el racismo, la xenofobia y la segregación.

La República promoverá la integración cultural y la participación de todos los ciudadanos en una colectividad de libres e iguales en derechos y deberes.
La laicidad, impone al Estado el deber de proporcionar a todos los ciudadanos las herramientas necesarias para que forjen su propia personalidad, libre de compromisos, responsable de su desarrollo y dueño de su destino.

El Estado debe ser garante de evitar cualquier injerencia en el ámbito de las convicciones personales.

Así es como el Estado, a través de la promoción de la libertad de conciencia, trata de que la ciudadanía se despoje de todo aquello que aliene su pensamiento y sea caldo de cultivo de ideas preconcebidas, dogmáticas, que lleven a situaciones opresoras.

La libertad de conciencia, consustancial a la laicidad, es la Emancipación, más allá de la consideración de todos los dogmas (derecho a creer o no creer en Dios, autonomía del pensamiento frente a cualquier obligación religiosa, política o económica; liberación de los modos de vida referentes a los tabúes, las ideas dominantes y las reglas dogmáticas).

La consecuencia de la libertad de conciencia, es la libertad de expresión asentada sobre la tolerancia y el respeto hacia los demás y hacia uno mismo. La laicidad fortalece la moral individual y la ética social.

El objetivo último de la laicidad que propugna la Constitución de la III República española, es forjar una sociedad Humana, libre de explotación y condicionamiento del hombre por el hombre, fanatismo, odio y violencia. Es decir: Socialismo.

Con todo lo expuesto, se puede afirmar que la III República, o será laica, o no será.

José Mª J. F.
(Publicado en El Insolente Nº 10, página 8)

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