jueves, 4 de febrero de 2010

LA REPÚBLICA QUE PROPONEMOS (III)

El segundo pilar sobre el que se asienta la tercera República que proponemos, es la democracia real y participativa, extensible a todos los ámbitos de la vida pública (cultura, economía, política, etc.).

Para esta República los ciudadanos no son simples sujetos pasivos, sino que son ellos mismos quienes deben decidir de forma directa el marco en el que desean desenvolverse.

La democracia participativa, consiste en una etapa superior a la democracia representativa, suponiendo un avance, tanto cuantitativamente como cualitativamente en las posibilidades que ofrece el desarrollo técnico y científico actual.

En la democracia participativa, los ciudadanos toman las decisiones de una parte sustancial del total de los presupuestos y los representantes políticos deben limitarse a llevar a cabo los mandatos del pueblo y desarrollar las actuaciones meramente coyunturales. Esta es la única razón que legitimará a los representantes políticos.

La democracia participativa de la tercera República, debe extenderse tanto al ámbito de la administración estatal como al de la administración local.

En el ámbito nacional su manifestación más clara es la aprobación por referéndum de las decisiones más trascendentales. Los ciudadanos también deben aprobar anualmente los presupuestos generales del Estado y en caso de no hacerlo se prorrogarían los del año anterior. Junto a esta facultad también aparecen la figura del revocatorio y el suplicatorio para poder cesar al presidente de la República sin necesidad de esperar a la finalización de la legislatura. La Constitución de la tercera República también debe fomentar la iniciativa legislativa popular (ILP), dando las facilidades que niega la actual constitución borbónica.

En el ámbito municipal la democracia participativa alcanza su máxima expresión con los Presupuestos Participativos. Este modelo exige la división de los municipios de mediana y gran extensión en asambleas de distrito o comunales. Dado que es el municipio el lugar más cercano a la vida del ciudadano, en el cual se desenvuelve cotidianamente, hace que éste sea un ámbito de especial importancia y objetivo estratégico para lograr la consecución de las aspiraciones de cambio y regeneración democrática que anhela la tercera República.

A diferencia de lo que puede parecer a primera vista, el Presupuesto Participativo no es una entelequia, muy por el contrario los procesos de co-gestión de la política municipal se suceden con resultados sorprendentes a lo largo y ancho de la geografía, tanto nacional como internacional. Es el caso de Porto Alegre (ciudad emblema del modelo alternativo de hacer política), Belo Horizonte, Caracas… y a nivel nacional, ciudades como Córdoba, Sevilla, Getafe, Fuenlabrada, Sabadell, Rivas-Vaciamadrid o Marinaleda.

Una vez explicado como sería la Democracia Participativa en la tercera República, cabe hacerse una pregunta: ¿Por qué la Constitución de la tercera República que proponemos considera como pilar irrenunciable la democracia participativa? Es decir, ¿Por que no basta con que cada cuatro años sigamos eligiendo a unos profesionales de la política que se encarguen de decidir como debe ser el entorno que nos rodea y en el cual realizamos nuestro quehacer cotidiano?

Valdría con responder que el espíritu que guía a los comunistas y al resto de compañeros que deseen unirse en nuestra lucha por la conquista de la emancipación del ser humano, es la simple y llana convicción democrática. Pero no se acaba aquí el potencial de la democracia participativa.

La política, tal cual nosotros la entendemos, sirve para tratar de resolver los problemas existentes y ésta (la democracia participativa) se presenta como una poderosa herramienta para corregirlos.

Con el modelo de Democracia Participativa por el que debe apostar la tercera República, desaparecería de las instituciones la tradicional estampa del cacique-alcalde acompañado por su séquito de parásitos. En su lugar se situaría un alcalde que no tendría otra legitimidad que no fuera la de acatar los dictados de lo que se decide en las asambleas. Tenemos por lo tanto ante nuestras narices el único antídoto infalible contra la corrupción, sin tener por ello que sustraer al municipio su autonomía.

Por otra parte, el principal grupo de presión del Ayuntamiento dejaría de estar constituido por constructores y demás hampones, con intereses claramente contrarios a los de la mayoría. Se daría paso a la gente de a pie y a las asociaciones en las que la sociedad civil se vertebra.

La democracia participativa conduce inexorablemente a la justicia social. Problemas estructurales del Estado Español, como la especulación urbanística desaparecerían de un plumazo. A la vez, veríamos como el hoy utópico derecho a la vivienda digna dejaría de ser un sueño.

Además, la democracia participativa, educa ciudadanía responsable, con elevada cultura política y sobretodo difícil de manipular, consciente de sus posibilidades y defensora de lo público, yendo a contracorriente de la ética individualista y de consumo irresponsable que se favorece a través de las instituciones hoy vigentes, aunque ya anquilosadas en el pasado.

Sobran las razones para afirmar de forma categórica que para la tercera República, la democracia participativa es un pilar irrenunciable.

Sobran también los motivos para que todos juntos, codo con codo, nos pongamos manos a la obra a construir esta República, nuestra
República, la República por y para y del pueblo.

José Mª J. F.
(Publicado en El Insolente Nº 8, páginas 4 y 5)

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